jueves, 30 de julio de 2009

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


Julio Cortázar, Rayuela, cap. 7

lunes, 20 de julio de 2009

Otros barrios

En una esquina de tu boca mis labios se estrellaron con los tuyos.
Y tuvimos menos heridas que nunca.



Lo desconocido asusta... o regala una sonrisa

viernes, 17 de julio de 2009

Aclaración

Y acá aparezco yo para aclarar cómo es la cosa, porque todo muy lindo esto de postear los cuentitos, pero no se entiende, vio? La cosa es así: cuentos como La Rueda y el otro cuento feo que le sigue y todos los que van a seguir así al estilo (espero, el tiempo nos deje mejorar), son los resultados de un juego que ponemos en práctica entre las tres cuando nos morimos de aburrimiento. Una escribe una frase (cualquier cosa, lo que sea, lo que quiera, lo que se le ocurra), la cual es seguida con otra frase por otra de las participantes, y después otra y otra y otra... y así sustantivamente (sí, digo sustantivamente porque me da la gana). Entonces jamás nunca nadie se imagina qué joracas va a quedar de resultado, de qué se va a tratar el cuento. Es por esta razón que en momentos de poca inspiración salen cosas como el bicho ese verde (momentos de poca inspiración e intentos fracasados de aires linierescos).
IMPORTANTE: por suerte, el blog no va a tratarse simplemente de estos cuentos (Gracias!) También puede llegar a tener aclaraciones (como ésta) y, con mucha mucha suerte, fragmentos literarios de gentes como por ejemplo Borges, Cortázar, Machado, algún alguien que encontremos en algún rinconcito de nuestra querida internet o en cualquier lado. Estos señores aparecerán con nombre incluido, para que no crean que fuimos nosotras que estamos bajando nuestro nivel literario... (bue...).
Iba a decir "listo el pollo", pero no da porque soy vegetariana y esa frase es muy fea. Así que, sin previo aviso de mi posteo a las demás gentes integrantes de este bellísimo blog (????), me voy retirando. Si alguien sigue sin comprender el propósito de este blog... jodasé, no hay propósito.
Adeus!

miércoles, 15 de julio de 2009

La Cosa Verde

Era otra de esas odiosas noches de calor, las manos transpiradas, el aliento caliente. Sabía que debía ir a algún lado que me había dicho mi madre, pero tenía tantas cosas en la cabeza, que se me había olvidado. Caminé hacia la heladera, abrí la puerta, me serví un vaso de agua y me tiré en el sofá. Miré el techo y me sorprendí: una mancha negra y brillante del tamaño de una nuez justo sobre mi cabeza.
No podía creer mi mala suerte, hacía poco que habíamos pintado y esa mancha arruinaba mi vasta visión. “Maldita miseria!”, pensé. Era posible que esa mancha fuera causada por la humedad, incluso me recordaba a una vieja amiga que conocí en la pileta del club. Pero por si acaso, fui a inspeccionar el baño de arriba, para cerciorarme de que todo estuviera bien.
Entré al baño. Todo parecía en orden. No había nada fuera de lo normal. Pero cuando me volteé para salir, escuché un chillido muy extraño. Provenía de la ventana. Algo me decía que no me volviera a observar, que cerrara la puerta y siguiera mi camino escaleras abajo. Aún tenía el vaso en la mano. Me di vuelta y, ante la sorpresa, lo dejé caer. Rodó hasta hacerse pedazos. “Uno menos”, me dije. La imagen no me permitía reaccionar.
Algo completamente extraño. Era verde y peludito. Con sus ojos enormes me miraba desde la ventana, donde seguía chillando como un gorrión. Di un paso adelante y ¡horror!, pisé un charco. Medía menos de un metro y no dejaba de mirarme. Sentía bastante curiosidad, así que decidí tocarlo. Acerqué mi mano y… ¡Dios! Mi pie, en el charco, se había pegado al piso! Tiré con fuerza, pero no se despegaba. Cuando volví a mirar, el extraño sujeto venía hacia mí. Pero ¿por qué? ¿Querría comerme? Lo miré fijo. Él también a mí. Sus ojos brillaban. Se seguís acercando. Me tomó de la mano y, al instante, una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo.
No sé si me desvanecí, me desmayé, si esa cosa desapareció, paró el tiempo o qué, pero sólo recuerdo haberlo perdido de vista en un parpadeo. Creí que iba a estar contento: mi pie había logrado despegarse del piso y hasta había recordado a dónde debía ir. Pero no. Una fuerte angustia invadió todo mi cuerpo. Quería saber qué había pasado con la extraña criatura. Me levanté del piso y me asomé por la ventana, pero no estaba por ningún lado. Me di vuelta y tampoco estaban el charco en el piso y el vaso roto. Tenía que estar la mancha del techo… quería que estuviera la mancha del techo. Bajé tan rápido que hasta Colita (mi perro) se despertó. Miré hacia arriba y, efectivamente, la mancha con forma de nuez había desaparecido. Sólo la heladera abierta seguía igual. La cerré. Percibía una energía extraña en la casa. Me senté en el sofá y volví a mirar el techo: una mancha negra y brillante, del tamaño de una nuez, justo sobre mi cabeza. Sería de humedad?

lunes, 13 de julio de 2009

La Rueda

Hace algún tiempo, mientras trabajaba en la rueda mágica del parque me encontré con Manuel. Hacía años que no me topaba con él, me dijo que andaba en un trabajo fuera de lo normal. Le pregunté de qué se trataba, pero se incomodó y desvió la conversación. Se notaba que no quería contarme, terminamos hablando de sus peces dorados y de la edad de su gato Rogelio, y cuando ya no había nada para decir concluimos con un “parece que va a llover, no?” Eran de ésas charlas de ascensor, se notaba en su mirada que no quería permanecer allí, pero algo me decía que necesitaba soltarlo. Después de un rato largo, ya en confianza, volvió al tema: "tengo que decirte... mi trabajo... es... yo... ¡soy Manuela!". Al instante sus ojos se llenaron de lágrimas, la vergüenza lo estaba matando.

Hacía mucho tiempo q yo lo sospechaba, pero por respeto o tal vez por lastima no me atrevía a preguntar. Mi deber de amigo me decía que necesitaba contención, pero el asco era demasiado y me subí a la rueda mágica. Desde abajo él me miraba. Sus ojos se pusieron rojos, lloró, y cuando llegué hasta lo más alto de la rueda, me gritó. Creo que me insultó en francés. Sentí una gran vergüenza, ¿como pude hacerle eso? El era mi amigo del alma pero la situación me sobrepasó.

Nunca creí que llegaríamos hasta ese punto, el más mínimo y feliz recuerdo de nosotros cuando éramos niños me ponía la piel de pollo, tenía ganas de saltar. Pero la vergüenza me superó. Pasé por alto nuestra niñez, los recuerdos, la amistad: le grité que se fuera, que me daba asco, que preferiría no haberlo conocido nunca. Cuando la rueda descendió completamente me bajé y no se me ocurrió nada más que irme al lago a pensar en nuestro pasado
Hasta el día de hoy nunca supe a dónde fue, quizás a buscar más gente como él... o ella. Yo por mi parte decidí olvidar ese fase incomoda de mi vida. Seguí trabajando en la rueda. A veces me ponía a pensar que sucedería si el volviera. Pero la idea sonaba tan descabellada que terminé olvidándola por completo junto con su recuerdo.